Soy feliz —desde que permiten a los niños saltar encima—. Desde
que se marcharon los ingleses y, junto con la cómoda y un juego de té, pasé a
esta humilde casa de los suburbios de Killroy. Odio la luz porque sus fotones
matan el terciopelo negro de que estoy forrado. Me sacaron de la casa de Lord
Archer. Mi tela se impregnó del nuevo hedor liberado de las manos grasientas de
los jóvenes captores; prefiero decirlos así, no “saqueadores”, como los llama
el noticiero; a propósito, me hago idea de lo que pasa en el sistema gracias al
radiecillo mal sintonizado que los humildes tienen en la cocina y alzan el
volumen cuando algún vecino, golpea el bambú limítrofe, pide escuchar ciertas
noticias, sobre todo de carácter social: que si regresarán los ingleses con los
gurkas o si mandarán a sus aliados turcos o solo enviarán a sus caballos a
combatir; son especulaciones que me ponen los pelos de punta porque no deseo me
salpique ya más sangre.
Pasados
largos meses en esta polvorienta casona, hallo consuelo con la llegada del gato
moteado que se tiende a dormir en mi regazo cuando los niños, cansados de
saltar, les viene el sueño y se marchan a sus literas. Albergaba la esperanza
de que pedirían por mí rescate; pero de eso nada, han huido los rubios tras las
murallas de Theratoz, hostigados por las pulgas psíquicas, desatadas en jaurías
por los ejércitos gringos. Era de suponer que, los otrora aliados, habrían de
combatir por la conquista del Sistema Solar; que los norteamericanos y los
ingleses se enfrentarían en sitios tan apartados como Plutón o Mercurio. Los
primos, ahora se entregaban a encarnizados combates colonialistas. “Marte es para
Rusia, para Francia la Luna. Alemania tiene Mercurio ¿y Venus? para España, que
sea para España. (bis)... y los casquetes polares de Ío... y una botella de ron
y una botella de ron”. Reza el estribillo de la cancioncilla que los corsarios,
del cinturón de Faetón/Esculapio, cantan para animarse. Se me ha fijado la
melodía a fuerza de escucharla, las veces que la entonaban, en medio de sus
borracheras, en la casa del lord, donde yo presidía la sala con otros Luis XV,
mientras sus posaderas tomaban querencia y se hundían en mi mullido cuerpo.
En
la bandera de los Estados Unidos ya no hay más espacio para poner estrellas, se
apiñan al menos 60, de las cuales 30 son terrestres, 15 lunares, 6 venusinas, 2
de un satélite joviano y el resto marcianas. Va quedando cada vez menos espacio
para las franjas.
En
la tarde de ayer transmitieron desde la casa victoriana en que se firmó la
rendición inglesa y se comentó vivamente la afrenta del comandante Overton al
recibir la bandera enemiga del Tercero Mecanizado Támesis —el gobierno inglés
se comprometía a retirarse y ceder los procesadores de metano—. Overton tendió la
bandera sobre la mesa y sujetó las esquinas hundiendo cuatro puñales, que sacó
livianamente de su cinturón y se entregó, con su ayudante, a una partida de
tres en raya sobre esas líneas rectas y oblicuas de la bandera inglesa,
obviando el saludo y dejando la mano extendida al general que capitulaba. El
juego lo ganó su ayudante; un tal John Sherman, el mutante de cabeza afeitada que
terminaría luego, con una bala en el cráneo en la toma de los casquetes polares
de Ío. De esta escena se acuñaría el estribillo pirata: “...jugaron sobre
nuestra bandera a las tripas del tres en raya, una botella de ron y una botella
de ron, pero en Ganímedes la bandera flameo (con aire artificial) para hacer
saltar lo sesos de Sherman el profanador... y una botella de ron y una botella
de ron”. Retiró las fichas del tablero improvisado y dispuso sobre ella botas
de licor y pechugas de avestruz para convidar a todos sus esbirros.
La
bombilla de la luz encendida en el corredor es una navaja que parte el
alquitrán de la espesa noche. Los niños ya se han ido a dormir y el gato ronca
en mi cojín.
Veo
sus sombras que anteceden a los cuerpos, como el relámpago precede al trueno.
Era tiempo de Navidad cuando regresaron y resaltaba en la habitación, como un
casino al que se le olvidó pagar la planilla de luz, la silueta de un Papá
Noel, crucificado sobre tablillas en madera de arce. Lucía un bonete rojo con
blanco asfixiado por un tallo de espinas de látex. Impresionante figura oronda,
hinchada de manos y pies con el cinturón demasiado ajustado alrededor de su
voluminoso vientre.
Atendía
su pasmoso rostro expiatorio cuando entraron los ingleses disparando y el gato
se evaporó del susto. Las esquirlas escindían las tinieblas y el paquidérmico
resplandor de los tanques ocupaba todo el ancho de la avenida principal. La
noche se encendió de color naranja y el gusto sulfuroso de la muerte blandía su
hoz sobre los bandos. Entraron dos soldados por la ventana forcejeando con una
bayoneta y tras girar, el que tenía menos ventaja no se levantó, sumido en un
charco granate; quedó prensado al entablado con ese alfiler de grueso acero.
Podría
ser el olor de la manzanilla en el aire de esa espesa noche, que me vino una
comparación irracional. Hallé al soldado USA, así, prendido al entablado, como
una mariposa papillón, agregada a una colección, con su bello uniforme azul camuflaje
enmarcado por gruesas franjas negras que indicaban su rango militar, mientras
las alas abiertas de su plexiglás antitérmico titilaba al viento.
Aparecieron
más soldados y me destriparon con la maligna naturalidad que los niños arrancan
flores; rasgaron mi tela hurgando en mis entrañas.
Dicen
que cuando las vacas comen pasto húmedo se les hincha el estómago y la medicación
consiste en que el granjero tome un huevo y se lo meta por el trasero, con ello
se afloja el estómago de la vaca y se va en diarrea con olor a césped
decapitado. El puñado de soldados que entraron en el acto hurgaron mis
entrañas, sacaron los planos de mi interior, los metieron en un porta mapas, volvieron
a la calzada y se perdieron entre las tinieblas sobre sus bicicletas militares.
Recordé,
que en la mueblería, cuando el ensamblador me entregó mi plan de vida me había
vaticinado: “...saquearán en tu interior y encontrarán el mapa de la discordia
al fondo de tu vientre, donde es más aguda la mancha de mostaza, junto a los ácaros
náuticos y el amplificador de audio que dejó caer el sultán Abdel Bari el día
que fue a ver al Ministro para pedirle que no sacrifique, por amor de Alá, más
camellos de tres jorobas en los suelos de Nueva Irán.
Lord
Archer, ante la inminente llegada de los soldados, escondió en mi interior los
documentos, luego blandió su espada de balsa acerada sobre los intestinos del
personal de servicio, para que no revelen el ocultamiento y huyó.
Guardaba
el secreto, hasta que enviaron el grupo de asalto para recuperar los planos de
la máquina. Pronto, con el alba, un enjambre de langostas de metano se dará
cita para anegar las sombras con la luz de sus fauces.
A
pesar de la larga noche rica en eventos patrios, me sentía todavía útil;
tomando en cuenta la herida en el cojín lateral, del que me brotaban hilos de
plumón; si de pronto, entrara por el rectángulo de la puerta, infestada de luz,
un forastero, agotado de andar por el campo buscando grosellas, podría sentarse
en uno de mis tres cojines ilesos y hacer una siesta; acostarse si lo deseara.
Era útil todavía, cosa que no puedo decir del Papá Noel crucificado, al que;
con los tiros de esa noche, le habían partido las canillas.
Un
villancico, con efecto doppler, suena a lo lejos.
Amanece.
email: jminop@gmail.com
Ilustración: Sadock. 2013.
Primer premio Ciencia Ficción Fantasía y Terror: "Cryptshow 2011". Barcelona - España.
AYER SERA OTRO DIA © navidad en titán.
9 Relatos de Ciencia Ficción.
Registro: Jan 5, 2015 2:59:03 AM UTC | Código: 1501052906627
Tipo: Narrativa, Relato
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