domingo, 4 de enero de 2015

Navidad en Titán





Oscurece.
Soy feliz —desde que permiten a los niños saltar encima—. Desde que se marcharon los ingleses y, junto con la cómoda y un juego de té, pasé a esta humilde casa de los suburbios de Killroy. Odio la luz porque sus fotones matan el terciopelo negro de que estoy forrado. Me sacaron de la casa de Lord Archer. Mi tela se impregnó del nuevo hedor liberado de las manos grasientas de los jóvenes captores; prefiero decirlos así, no “saqueadores”, como los llama el noticiero; a propósito, me hago idea de lo que pasa en el sistema gracias al radiecillo mal sintonizado que los humildes tienen en la cocina y alzan el volumen cuando algún vecino, golpea el bambú limítrofe, pide escuchar ciertas noticias, sobre todo de carácter social: que si regresarán los ingleses con los gurkas o si mandarán a sus aliados turcos o solo enviarán a sus caballos a combatir; son especulaciones que me ponen los pelos de punta porque no deseo me salpique ya más sangre.
Pasados largos meses en esta polvorienta casona, hallo consuelo con la llegada del gato moteado que se tiende a dormir en mi regazo cuando los niños, cansados de saltar, les viene el sueño y se marchan a sus literas. Albergaba la esperanza de que pedirían por mí rescate; pero de eso nada, han huido los rubios tras las murallas de Theratoz, hostigados por las pulgas psíquicas, desatadas en jaurías por los ejércitos gringos. Era de suponer que, los otrora aliados, habrían de combatir por la conquista del Sistema Solar; que los norteamericanos y los ingleses se enfrentarían en sitios tan apartados como Plutón o Mercurio. Los primos, ahora se entregaban a encarnizados combates colonialistas. “Marte es para Rusia, para Francia la Luna. Alemania tiene Mercurio ¿y Venus? para España, que sea para España. (bis)... y los casquetes polares de Ío... y una botella de ron y una botella de ron”. Reza el estribillo de la cancioncilla que los corsarios, del cinturón de Faetón/Esculapio, cantan para animarse. Se me ha fijado la melodía a fuerza de escucharla, las veces que la entonaban, en medio de sus borracheras, en la casa del lord, donde yo presidía la sala con otros Luis XV, mientras sus posaderas tomaban querencia y se hundían en mi mullido cuerpo.
En la bandera de los Estados Unidos ya no hay más espacio para poner estrellas, se apiñan al menos 60, de las cuales 30 son terrestres, 15 lunares, 6 venusinas, 2 de un satélite joviano y el resto marcianas. Va quedando cada vez menos espacio para las franjas.
En la tarde de ayer transmitieron desde la casa victoriana en que se firmó la rendición inglesa y se comentó vivamente la afrenta del comandante Overton al recibir la bandera enemiga del Tercero Mecanizado Támesis —el gobierno inglés se comprometía a retirarse y ceder los procesadores de metano—. Overton tendió la bandera sobre la mesa y sujetó las esquinas hundiendo cuatro puñales, que sacó livianamente de su cinturón y se entregó, con su ayudante, a una partida de tres en raya sobre esas líneas rectas y oblicuas de la bandera inglesa, obviando el saludo y dejando la mano extendida al general que capitulaba. El juego lo ganó su ayudante; un tal John Sherman, el mutante de cabeza afeitada que terminaría luego, con una bala en el cráneo en la toma de los casquetes polares de Ío. De esta escena se acuñaría el estribillo pirata: “...jugaron sobre nuestra bandera a las tripas del tres en raya, una botella de ron y una botella de ron, pero en Ganímedes la bandera flameo (con aire artificial) para hacer saltar lo sesos de Sherman el profanador... y una botella de ron y una botella de ron”. Retiró las fichas del tablero improvisado y dispuso sobre ella botas de licor y pechugas de avestruz para convidar a todos sus esbirros.
La bombilla de la luz encendida en el corredor es una navaja que parte el alquitrán de la espesa noche. Los niños ya se han ido a dormir y el gato ronca en mi cojín.
Veo sus sombras que anteceden a los cuerpos, como el relámpago precede al trueno. Era tiempo de Navidad cuando regresaron y resaltaba en la habitación, como un casino al que se le olvidó pagar la planilla de luz, la silueta de un Papá Noel, crucificado sobre tablillas en madera de arce. Lucía un bonete rojo con blanco asfixiado por un tallo de espinas de látex. Impresionante figura oronda, hinchada de manos y pies con el cinturón demasiado ajustado alrededor de su voluminoso vientre.
Atendía su pasmoso rostro expiatorio cuando entraron los ingleses disparando y el gato se evaporó del susto. Las esquirlas escindían las tinieblas y el paquidérmico resplandor de los tanques ocupaba todo el ancho de la avenida principal. La noche se encendió de color naranja y el gusto sulfuroso de la muerte blandía su hoz sobre los bandos. Entraron dos soldados por la ventana forcejeando con una bayoneta y tras girar, el que tenía menos ventaja no se levantó, sumido en un charco granate; quedó prensado al entablado con ese alfiler de grueso acero.
Podría ser el olor de la manzanilla en el aire de esa espesa noche, que me vino una comparación irracional. Hallé al soldado USA, así, prendido al entablado, como una mariposa papillón, agregada a una colección, con su bello uniforme azul camuflaje enmarcado por gruesas franjas negras que indicaban su rango militar, mientras las alas abiertas de su plexiglás antitérmico titilaba al viento.
Aparecieron más soldados y me destriparon con la maligna naturalidad que los niños arrancan flores; rasgaron mi tela hurgando en mis entrañas.
Dicen que cuando las vacas comen pasto húmedo se les hincha el estómago y la medicación consiste en que el granjero tome un huevo y se lo meta por el trasero, con ello se afloja el estómago de la vaca y se va en diarrea con olor a césped decapitado. El puñado de soldados que entraron en el acto hurgaron mis entrañas, sacaron los planos de mi interior, los metieron en un porta mapas, volvieron a la calzada y se perdieron entre las tinieblas sobre sus bicicletas militares.
Recordé, que en la mueblería, cuando el ensamblador me entregó mi plan de vida me había vaticinado: “...saquearán en tu interior y encontrarán el mapa de la discordia al fondo de tu vientre, donde es más aguda la mancha de mostaza, junto a los ácaros náuticos y el amplificador de audio que dejó caer el sultán Abdel Bari el día que fue a ver al Ministro para pedirle que no sacrifique, por amor de Alá, más camellos de tres jorobas en los suelos de Nueva Irán.
Lord Archer, ante la inminente llegada de los soldados, escondió en mi interior los documentos, luego blandió su espada de balsa acerada sobre los intestinos del personal de servicio, para que no revelen el ocultamiento y huyó.
Guardaba el secreto, hasta que enviaron el grupo de asalto para recuperar los planos de la máquina. Pronto, con el alba, un enjambre de langostas de metano se dará cita para anegar las sombras con la luz de sus fauces.
A pesar de la larga noche rica en eventos patrios, me sentía todavía útil; tomando en cuenta la herida en el cojín lateral, del que me brotaban hilos de plumón; si de pronto, entrara por el rectángulo de la puerta, infestada de luz, un forastero, agotado de andar por el campo buscando grosellas, podría sentarse en uno de mis tres cojines ilesos y hacer una siesta; acostarse si lo deseara. Era útil todavía, cosa que no puedo decir del Papá Noel crucificado, al que; con los tiros de esa noche, le habían partido las canillas.
Un villancico, con efecto doppler, suena a lo lejos.

Amanece.
email: jminop@gmail.com
Ilustración: Sadock. 2013.




Primer premio Ciencia Ficción Fantasía y Terror: "Cryptshow 2011".  Barcelona - España.

AYER SERA OTRO DIA © navidad en titán.

9 Relatos de Ciencia Ficción.
Registro: Jan 5, 2015 2:59:03 AM UTC | Código: 1501052906627
Tipo: Narrativa, Relato


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