-Once abdómenes,
tres cercus y los tarsos de las patas frontales divididas en ocho partes y el
aguijón con apariencia metálica. Thaluki. ¡Irás a Marte! Sí, esta es una mosca
de Marte. –celebró en la mesa el mayor de los hermanos y explicaba al resto-
Aparece furtivamente una de estas moscas (Aede martians), se planta en la
cabeza, inyecta su aguijón bucal, junto con fluido anestésico, atraviesa el
cráneo y extrae el recuerdo aleatorio de un día en particular (este día). La
visita es garantía de que en futuro el afectado visitará Marte.
Atraparon la
mosca, fue introducida en un frasco aséptico y las circunstancias de su
aparición notificada a las autoridades. Pronto, un equipo de Levantamiento de
Apariciones, se “invitó” ese fin de semana a casa de los Trent e hizo muchas
preguntas y llenó decenas de folios con sus observaciones. Efectivamente se
trataba de una mosca marciana. Al otro día del evento la mosca, convertida en
una pasta lila palidecía hasta esfumarse.
Años más tarde
Thaluki pisa el planeta rojo como un técnico en minas y explosivos que, en el
marco del Plan Frogg para la terrificación de Marte, llegaba con la tarea de
organizar explosiones de fusión para vaporizar las rocas carbonatadas y liberar
bióxido de carbono. Se aloja y luego inspecciona el equipo concentrado en un
amplio hangar donde cuenta con lo más avanzado para hacer respirables las más
acres atmósferas. El equipo está ensamblado y espera su momento.
Los integrantes
del equipo de Thaluki tienen algo más en común al hecho de compartir su gusto
por la aventura, la ciencia y el latente idealismo espartano por subyugar el
Espacio; a todos les faltaba el recuerdo de un día de sus vidas correspondiente
a su pasado, al momento en que fueron visitados por el insecto.
Thaluki odia los
explosivos, ama el silencio y solo lo entiende como el intervalo que hay entre
dos obras de Beethoven y puede durar un segundo, miles o millones de años. Al
menos sus petardos no huelen a azufre como los de antaño. La angustia de ser
alcanzado por la deflagración se desvanece calculando que si algo sale mal no
habrá donde meterse, pues había venido a volar un tercio de la superficie del
planeta. Miró con ternura la “incubadora” que arrullaba el deuterio.
Las
posibilidades de que una mosca entre en la estación eran remotas. Se aproximó a
una de las paredes de cristal presurizado que resguardaba la estación del
ambiente extremo del exterior, algunas moscas se paseaban del otro lado y se
sintió seguro como si estuviera de vacaciones en el trópico ecuatorial a salvo
dentro de un mosquitero. Topó el cristal y del otro lado, alertadas por las
yemas de sus dedos, los insectos se agruparon en torno a su mano, la retiró
bruscamente cuando escuchó su nombre por el altavoz solicitando su presencia en
la sala de control.
Nadie recuerda
por completo un día de su niñez. La vida escribe en una orilla de la memoria y
antes de volver a hacerlo debe borrar el espacio con las olas del tiempo. Sin
embargo odiaba estas moscas putas, no tenían derecho a robarle sus recuerdos.
Por eso había estudiado la ciencia de los explosivos, soñaba con hacerlas
brincar en mil pedazos y mandarlas hasta el centro de la Galaxia.
Activó la
perilla que iniciaba el proceso. Se desató la cuenta regresiva y la explosión
parecía inminente. Abortó el proceso faltando escasos dos segundos. Tenía
potestad para ello; argumentó que los electroimanes no habían entrado en
posición ideal para generar el campo magnético y aislar el plasma. La mentira
caló y el equipo se lanzó a buscar la razón del desperfecto.
Thaluki volvió a
su pieza para meditar el asunto: La mosca debía aparecer antes de la explosión
así debía dejar que le picase, atraparla, meterla por el orificio menor de un
artilugio de su invención y extraerle el recuerdo robado. Calculaba que para
lograrlo necesitaba la fisión de 1 kg de uranio 235 que libera 18,7 millones de
kilovatios hora, en forma de calor y era justamente la situación en la que
había buscado le coloque el destino, pero faltaba la mosca.
Aplazó la
explosión por tres ocasiones más en los siguientes días y el personal comenzaba
a inquietarse, hasta que una mañana en que desayunaba, vio una mosca de Marte
parada en el bode de su vaso desechable.
Se inmovilizó
para no asustarla, observó con detenimiento el cuerpo fino y esbelto, las patas
largas y finas, el radiante abdomen turquesa. Al plantar la vista sobre el
agujón una estampida de electrones rodó al piso a través de su espina dorsal:
el toro de lidia avistaba al picador.
-Hay una fuga de
atmósfera porque se ha trizado una esquina del domo; nada de qué alarmarse,
pero han entrado las moscas –explicó el científico sentado en el otro extremo
de la mesa; su voz espantó al insecto que se echó a volar- ya lo están
arreglando. Saltó de repente y se rascó la cabeza aturdida por el puyazo.
-¿Te ha dolido?
-preguntó Thaluki acercándose a revisar su cráneo-. Es una paradoja y tiene
ramificaciones interesantes. Deberíamos tener los recuerdos intactos hasta un
segundo antes de que nos ataquen, pero no sucede así. Tu recuerdo y el mío podrían
residir juntos en su cerebro, si el mismo insecto nos pica a los dos; y si
agreden trescientas veces tendrán en su banco de memoria casi un año de vida
ajena.
-¿De dónde han
venido?
-No sabemos aún.
La cosmoentomología trabaja en ello.
-Disculpa, debo
volver a la sala para revisar la cámara toriodal. Espero que ahora sí tengamos
fuegos artificiales. –se disculpó su interlocutor y Thaluki quedó solo.
Dio un sorbo al
café ya frío y se levantó de la mesa. Se dirigió al domo a conocer el boquete
del que le habían hablado.
Era
imperceptible, pero suficiente para permitir la irrupción de un enjambre. Ya
estaba sellado y no presentaba problemas. Una pantalla portátil mostraba un
plano de las instalaciones y marcaba en puntos rojos la ubicación de los intrusos.
Atornillaba una
nueva boquilla en el tubo de la aspiradora para adaptarla a su deseo de
atraparlas con ella, cuando el aguijón le taladró el cerebro. Sí dolía, dolía
mucho, pero fue un ataque rápido y pasó pronto. Se entristeció porque había
perdido definitivamente un día de su vida. Pero esa mosca fue la primera en
entrar en el saco, pronto le siguieron sus compañeras. Al final del día todas
yacían en una bombona translúcida revoloteando en busca de la salida. En ella
Thaluki adaptó cierto dispositivo y con cuidado de no ser visto, la llevó hasta
el centro de la cámara de fusión.
Las rigurosas
proyecciones matemáticas sugerían que la energía liberada rompería la
levitación gravitatoria y las moscas liberarían los recuerdos robados; incluso
los eventos memoriales correspondientes a sus propias vidas.
Tres… dos …uno.
¡Ignición! No hubo explosión. Las rocas seguían allí, pero los instrumentos
indicaban que efectivamente hubo una explosión. Thaluki sonriente, se acercó a
la esfera con visible delectación, como si hubiese sonado el microondas
anunciando que su cena estaría a punto.
El resto del
equipo le siguió y con la sola aproximación a la bruñida esfera todos
recordaron sus días perdidos y luego algo más; el asunto escalaba límites
arcanos. Se miraron las caras deslumbrados por el conocimiento que acababan de
recibir. Era claro que las moscas de Marte habían “chupado” recuerdos por
millones de años, no solo a los terrestres sino a infinidad de especies
inteligentes de otros mundos. Ahora, un día o varios de la vida de aquellos,
encapsulada en la mente de los insectos había sido liberada y absorbida por las
mentes del equipo de demolición. Con lo que sabían ahora, dotar de atmósfera a
Marte era juego de niños, si se empeñaban incluso podrían mover a Venus
alrededor de Mercurio para hacerlo habitable.
Volvieron los
recuerdos de ese día y él los repasó infinidad de veces para recrearse en
ellos: un sábado tranquilo en familia; lavó la casa del perro, regó el jardín,
frieron costillas de cerdo en el patio trasero, se entretuvo por horas en la
llanta de caucho colgada de una rama del árbol de mango, estaba rodeado del
azul profundo el cielo.
Afuera había más
moscas. Le nació la idea de algo más altruista: les exprimiría los recuerdos,
pero solo sería para construir naves y en una cruzada galáctica viajaría por el
espacio para regresarlos a sus dueños. Jorge Valentín
Miño Quito, 27 de mayo de 2012
email: jminop@gmail.com
Ilustración: Sadock. 2013.