jueves, 14 de junio de 2012

LAS MOSCAS DE MARTE




-Once abdómenes, tres cercus y los tarsos de las patas frontales divididas en ocho partes y el aguijón con apariencia metálica. Thaluki. ¡Irás a Marte! Sí, esta es una mosca de Marte. –celebró en la mesa el mayor de los hermanos y explicaba al resto- Aparece furtivamente una de estas moscas (Aede martians), se planta en la cabeza, inyecta su aguijón bucal, junto con fluido anestésico, atraviesa el cráneo y extrae el recuerdo aleatorio de un día en particular (este día). La visita es garantía de que en futuro el afectado visitará Marte.
Atraparon la mosca, fue introducida en un frasco aséptico y las circunstancias de su aparición notificada a las autoridades. Pronto, un equipo de Levantamiento de Apariciones, se “invitó” ese fin de semana a casa de los Trent e hizo muchas preguntas y llenó decenas de folios con sus observaciones. Efectivamente se trataba de una mosca marciana. Al otro día del evento la mosca, convertida en una pasta lila palidecía hasta esfumarse.
Años más tarde Thaluki pisa el planeta rojo como un técnico en minas y explosivos que, en el marco del Plan Frogg para la terrificación de Marte, llegaba con la tarea de organizar explosiones de fusión para vaporizar las rocas carbonatadas y liberar bióxido de carbono. Se aloja y luego inspecciona el equipo concentrado en un amplio hangar donde cuenta con lo más avanzado para hacer respirables las más acres atmósferas. El equipo está ensamblado y espera su momento.
Los integrantes del equipo de Thaluki tienen algo más en común al hecho de compartir su gusto por la aventura, la ciencia y el latente idealismo espartano por subyugar el Espacio; a todos les faltaba el recuerdo de un día de sus vidas correspondiente a su pasado, al momento en que fueron visitados por el insecto.
Thaluki odia los explosivos, ama el silencio y solo lo entiende como el intervalo que hay entre dos obras de Beethoven y puede durar un segundo, miles o millones de años. Al menos sus petardos no huelen a azufre como los de antaño. La angustia de ser alcanzado por la deflagración se desvanece calculando que si algo sale mal no habrá donde meterse, pues había venido a volar un tercio de la superficie del planeta. Miró con ternura la “incubadora” que arrullaba el deuterio.
Las posibilidades de que una mosca entre en la estación eran remotas. Se aproximó a una de las paredes de cristal presurizado que resguardaba la estación del ambiente extremo del exterior, algunas moscas se paseaban del otro lado y se sintió seguro como si estuviera de vacaciones en el trópico ecuatorial a salvo dentro de un mosquitero. Topó el cristal y del otro lado, alertadas por las yemas de sus dedos, los insectos se agruparon en torno a su mano, la retiró bruscamente cuando escuchó su nombre por el altavoz solicitando su presencia en la sala de control.
Nadie recuerda por completo un día de su niñez. La vida escribe en una orilla de la memoria y antes de volver a hacerlo debe borrar el espacio con las olas del tiempo. Sin embargo odiaba estas moscas putas, no tenían derecho a robarle sus recuerdos. Por eso había estudiado la ciencia de los explosivos, soñaba con hacerlas brincar en mil pedazos y mandarlas hasta el centro de la Galaxia.
Activó la perilla que iniciaba el proceso. Se desató la cuenta regresiva y la explosión parecía inminente. Abortó el proceso faltando escasos dos segundos. Tenía potestad para ello; argumentó que los electroimanes no habían entrado en posición ideal para generar el campo magnético y aislar el plasma. La mentira caló y el equipo se lanzó a buscar la razón del desperfecto.
Thaluki volvió a su pieza para meditar el asunto: La mosca debía aparecer antes de la explosión así debía dejar que le picase, atraparla, meterla por el orificio menor de un artilugio de su invención y extraerle el recuerdo robado. Calculaba que para lograrlo necesitaba la fisión de 1 kg de uranio 235 que libera 18,7 millones de kilovatios hora, en forma de calor y era justamente la situación en la que había buscado le coloque el destino, pero faltaba la mosca.
Aplazó la explosión por tres ocasiones más en los siguientes días y el personal comenzaba a inquietarse, hasta que una mañana en que desayunaba, vio una mosca de Marte parada en el bode de su vaso desechable.
Se inmovilizó para no asustarla, observó con detenimiento el cuerpo fino y esbelto, las patas largas y finas, el radiante abdomen turquesa. Al plantar la vista sobre el agujón una estampida de electrones rodó al piso a través de su espina dorsal: el toro de lidia avistaba al picador.
-Hay una fuga de atmósfera porque se ha trizado una esquina del domo; nada de qué alarmarse, pero han entrado las moscas –explicó el científico sentado en el otro extremo de la mesa; su voz espantó al insecto que se echó a volar- ya lo están arreglando. Saltó de repente y se rascó la cabeza aturdida por el puyazo.
-¿Te ha dolido? -preguntó Thaluki acercándose a revisar su cráneo-. Es una paradoja y tiene ramificaciones interesantes. Deberíamos tener los recuerdos intactos hasta un segundo antes de que nos ataquen, pero no sucede así. Tu recuerdo y el mío podrían residir juntos en su cerebro, si el mismo insecto nos pica a los dos; y si agreden trescientas veces tendrán en su banco de memoria casi un año de vida ajena.
-¿De dónde han venido?
-No sabemos aún. La cosmoentomología trabaja en ello.
-Disculpa, debo volver a la sala para revisar la cámara toriodal. Espero que ahora sí tengamos fuegos artificiales. –se disculpó su interlocutor y Thaluki quedó solo.
Dio un sorbo al café ya frío y se levantó de la mesa. Se dirigió al domo a conocer el boquete del que le habían hablado.
Era imperceptible, pero suficiente para permitir la irrupción de un enjambre. Ya estaba sellado y no presentaba problemas. Una pantalla portátil mostraba un plano de las instalaciones y marcaba en puntos rojos la ubicación de los intrusos.
Atornillaba una nueva boquilla en el tubo de la aspiradora para adaptarla a su deseo de atraparlas con ella, cuando el aguijón le taladró el cerebro. Sí dolía, dolía mucho, pero fue un ataque rápido y pasó pronto. Se entristeció porque había perdido definitivamente un día de su vida. Pero esa mosca fue la primera en entrar en el saco, pronto le siguieron sus compañeras. Al final del día todas yacían en una bombona translúcida revoloteando en busca de la salida. En ella Thaluki adaptó cierto dispositivo y con cuidado de no ser visto, la llevó hasta el centro de la cámara de fusión.
Las rigurosas proyecciones matemáticas sugerían que la energía liberada rompería la levitación gravitatoria y las moscas liberarían los recuerdos robados; incluso los eventos memoriales correspondientes a sus propias vidas.
Tres… dos …uno. ¡Ignición! No hubo explosión. Las rocas seguían allí, pero los instrumentos indicaban que efectivamente hubo una explosión. Thaluki sonriente, se acercó a la esfera con visible delectación, como si hubiese sonado el microondas anunciando que su cena estaría a punto.
El resto del equipo le siguió y con la sola aproximación a la bruñida esfera todos recordaron sus días perdidos y luego algo más; el asunto escalaba límites arcanos. Se miraron las caras deslumbrados por el conocimiento que acababan de recibir. Era claro que las moscas de Marte habían “chupado” recuerdos por millones de años, no solo a los terrestres sino a infinidad de especies inteligentes de otros mundos. Ahora, un día o varios de la vida de aquellos, encapsulada en la mente de los insectos había sido liberada y absorbida por las mentes del equipo de demolición. Con lo que sabían ahora, dotar de atmósfera a Marte era juego de niños, si se empeñaban incluso podrían mover a Venus alrededor de Mercurio para hacerlo habitable.
Volvieron los recuerdos de ese día y él los repasó infinidad de veces para recrearse en ellos: un sábado tranquilo en familia; lavó la casa del perro, regó el jardín, frieron costillas de cerdo en el patio trasero, se entretuvo por horas en la llanta de caucho colgada de una rama del árbol de mango, estaba rodeado del azul profundo el cielo. 
Afuera había más moscas. Le nació la idea de algo más altruista: les exprimiría los recuerdos, pero solo sería para construir naves y en una cruzada galáctica viajaría por el espacio para regresarlos a sus dueños. Jorge Valentín Miño Quito, 27 de mayo de 2012


email: jminop@gmail.com
Ilustración: Sadock. 2013.